—Papá,... ¿por qué
vinimos de noche al acantilado? ¿Si vos siempre decís que a la mañana hay más
pique?
—Ya
vas a ver, Nachito, ya vas a ver...
Ya tiene
cinco, el Nachito. ¡Cómo pasa el tiempo, que lo parió! Me tiene bastante
podrido con sus por qué: se la pasa
preguntando por qué esto, por qué lo otro... Los otros dos también
me hacían lo mismo; por suerte se les pasó. Ya están grandes para eso. La
Candela tiene once, así que hace como doce años que nos juntamos con la
Francisca. ¡Doce años, cuánto tiempo!
En aquella
época, yo andaba siempre con una mina distinta. ¡Qué levante que tenía! Debo
haber salido con más de veinte. ¡Y eso que aquí en La Palmera no sobran las
minas! Hasta que la embaracé a la Francisca y ahí sí, senté cabeza. Tuve que
sentar cabeza, si no, el viejo de ella me mata.
Había
tenido muchas minas, pero una sola novia en serio: la Elsa, la de la panadería.
Anduvimos de novios casi dos años. Hasta que un día la hermana le batió que me
había visto con otra y me cortó.
—Papá,... ¿por qué
el auto ese que está allá parece que está apuntando para arriba?
—¿Qué auto, Nachito?
—¡Ese! ¡El renó ese que está justo en la orilla
del acantilado!
—¡Qué se yo! Tendrá vencidos los amortiguadores
de atrás, no sé... No importa, vos no los mirés.
Me cortó y,
para darme bronca, se enganchó con el Gordo Echegoyen, que era uno de mis
mejores amigos. Amigo de verdá, el Gordo. De toda la vida. Éramos culo y calzón
con el Gordo. Pero cuando se metió con la Elsa cambió mucho. Me empezó a
esquivar. Se borró y no nos vimos más por mucho tiempo. Hasta hace unos meses.
El Gordo
sabía que soy camionero. Empecé a laburar en el camión cuando me junté con la
Francisca. Al principio laburaba para Don Anselmo, pero hace un tiempo por fin
me pude comprar el Escania. Los del sindicato consiguieron que me lo den a
pagar. Todavía me quedan algunas cuotas, pero no me importa: ahora no tengo
jefe.
Está bueno
afiliarse al sindicato. Siempre te consiguen cosas. A veces, también te piden
algún favor: transportar algún bulto, algún envío para la ciudad. Pero a mí no
me importa: yo no pregunto, solamente hago lo que me piden. Y los de la Gendarmería
ya me conocen, no me dicen nada.
—Papá,... ¿por qué
no pican? ¿Estarán durmiendo los pescados?
—Paciencia, Nachito, paciencia... Ya van a picar,
vas a ver.
Al Gordo Echegoyen le llenó la cabeza la
Elsa, seguro. Lo convenció de que tenía que ponerse a laburar de camionero. Y le
pidió guita al viejo Díaz, el panadero, para comprarle el camión al Gordo. El
viejo le compró un Dodge 400, todo destartalado. Cuando lo vi en la calle la
primera vez, me quería morir. Yo iba con la Francisca, que si no, lo sigo y lo cago
a trompadas. “Dejalo”, me decía la Francisca, “No te calentés. ¿Qué
sabe ése de ser camionero?”
Y yo le hice caso. La Francisca siempre me
tranquiliza. Pero enseguida empecé a darme cuenta de que el Gordo me estaba
sacando viajes. Iba a ver a mis clientes, les ofrecía hacer el mismo laburo y les
bajaba el precio. Ahí sí, decidí ir a hablar con él. Por las buenas, como me
dijo la Francisca. “Gordo, si querés ser camionero, todo bien”, le dije,
“pero si me sacás otro viaje te mato, ¿mentendés?”.
—Papá,... ¿qué sacan
del baúl los señores del renó? ¡Mirá! ¡Lo van a tirar al mar! ¡Nos van a
espantar los pescados!
—No importa, Nachito. Dejame en paz. Vos no los
mirés y seguí pescando.
Pero el Gordo es un vasco testarudo.
Siempre fue igual. Cuando se le pone algo en la cabeza, olvidate: no se lo vas
a sacar ni a palos. Con el Gordo no se puede.
Una tarde, yo llegaba de un viaje a Madryn.
Llovía muchísimo. En eso veo que pasa el Gordo, en su Dodge 400, para el otro
lado. Por lo que alcancé a ver, me pareció que llevaba cajones de fruta. Esa
noche no dormí bien. A la mañana siguiente salí a averiguar y me enteré: el Gordo
hijo de puta le estaba haciendo viajes a los Torresi. ¡Me quería chorear uno de
mis mejores clientes!
Los fui a ver a los del sindicato, para
preguntarles qué podía hacer. “Vos quedate tranquilo”, me dijeron. “Este
no te jode más.” Buena gente los del sindicato. Siempre me dan una mano. Me
parece que les caigo bien.
—Papá,... ¿por qué
ahora el renó se puso derecho? No apunta más para arriba.
—¡Qué se yo, Nachito! ¡Lo habrán arreglado!
Gordo,... ¿qué sabías vos de ser
camionero? ¿Por qué no seguiste en la panadería, con tu suegro? Ahí tenías
laburo asegurado para siempre. Y un lindo laburo, sin sobresaltos. Vendiendo
pan y facturas de martes a viernes, y tortas de cumpleaños los fines de semana.
Laburo tranquilo y para siempre. Pero no, Gordo. Con vos no se puede. No te sirvieron
de nada las amenazas. No hiciste caso cuando te fueron a apretar. Siempre
fuiste un cabeza dura. Un vasco cabeza dura.
Ahí se van
los muchachos en el renó. El que
maneja es Astolfi, el delegado sindical de La Palmera. Me hace luces. Salió
todo bien.
—Papá, cuando yo sea grande quiero ser camionero,
como vos.
—Ya veremos, Nachito, ya veremos...
No hay comentarios:
Publicar un comentario