¿Cómo le
va? ¿Se acuerda de mí? Yo ya vine una vez por acá. Una sola vez, hace mucho. Hace
como cinco años, o más.
Yo no creía
en estas cosas, pero mi vieja insistía. “Andá, vas a ver. Haceme caso.” me
decía. “Vos no digas nada: él te dice tal cual cómo sos, y también te adivina
el futuro. Es gitano: se nota que sabe mucho.” La verdad, yo no creía, pero
vine igual. Aquella
tarde usted me mostró un mazo con unas cartas muy raras. ¿Sabe cuáles le digo? Parecidas
a las de tarot, pero con fotos en lugar de dibujos. Me acuerdo que saqué tres
cartas, y usted me iba diciendo qué significaba cada una.
La primera
fue “El ermitaño”. Usted me dijo que yo era un tipo tímido y poco sociable. En
eso tuvo razón. La segunda,
“El diablo”. Significaba que me dejo llevar por los instintos terrenales. La
verdad que no sé qué me quería decir con eso. No le entendí. No importa.La tercera,
“El degollado”. Era un tipo de pie, que sostenía su cabeza debajo del brazo.
Esa no me quiso decir qué significaba. Me miró fijo y no dijo nada.Pero usted
sabía. Seguro que sabía.
¡Ah! Ahora
sí se acuerda de mí, ¿no?
El otro día
me acordaba de usted, ¿sabe? Fue el martes pasado. Ese día
llegué temprano de trabajar. Sí, sigo en la carpintería. ¡Qué memoria que tiene!
La cuestión es que estaba entrando a mi casa, y me pareció raro que mi mujer no
estuviera en la cocina, mirando la tele. Era la hora en que ella mira la
novela. Sí, esa novela brasilera. Entonces
voy para la pieza, y cuando estoy por entrar, escucho música suave que viene de
adentro. Me asomo despacio, sin hacer ruido, y veo a un tipo en mi cama,
desnudo, fumándose un pucho.
Me agarré
tal calentura, que estuve a punto de entrar a los gritos y cagarlo a trompadas.
Pero me contuve, ¿sabe? Lo pensé mejor. Sin hacer
ruido, di la vuelta por el fondo y entré por el patio, para que no me viera. Me
acerqué despacito y, cuando lo tuve cerca, le partí la cabeza con el martillo.
Después, para descargar la bronca... ¡agarré el serrucho y le corté la cabeza!
Ahí me
acordé de usted, ¿se da cuenta? De usted y del degollado. Usted sabía que iba a
pasar esto, ¿no? Sí, claro que sabía. Mi vieja siempre me dice: “Ese hombre
sabe todo”. Entiendamé:
yo no soy un asesino, pero no tuve más remedio. El tipo estaba en mi casa,
acostado en mi cama, y se había volteado a mi mujer. Hice lo único que podía
hacer, ¿no le parece? Para colmo,
termino de matarlo y se abre la puerta del baño: era mi mujer, que salía
envuelta en un toallón. Claro, la muy puta se había acostado con el tipo y
después se había ido a bañar. Imaginesé:
cuando lo vio ahí tirado, degollado, en medio de semejante charco de sangre...
se puso a gritar como una loca. ¿Qué iba a
hacer? Volví a agarrar el martillo y le di en la cabeza hasta matarla. ¡No tuve
más remedio!
Al observar
la situación, entré en pánico. No sabía qué hacer. Pero fue apenas un instante,
hasta que pude serenarme. Entonces, me puse a pensar cómo iba a deshacerme de
los cadáveres. No quería dejar ningún cabo suelto, ningún rastro que me
incrimine. Yo soy muy prolijo, en el laburo siempre me lo dicen. Bueno, usted
seguro que ya lo sabe. Usted sabe todo. Se me
ocurrió hacer un pozo en el terreno del fondo y enterrar los cuerpos. Ya era
casi de noche, así que me puse a buscar la pala.
Estaba en
eso, cuando escucho unos pasos: la vecina. “¡Dora! ¿Andás por ahí, nena? ¿Qué
son esos alaridos?”, gritaba. ¡Vieja metida! ¿Quién la manda a chusmear en casa
ajena? Claro: la vieja vive sola, no tiene nada que hacer. Entonces escuchó
gritos y vino a meter las narices. Traté de
evitar que entrara, pero no hice a tiempo. Cuando llegó a la pieza, la vieja
casi se desmaya. Quiso salir corriendo, pero yo no podía permitírselo. ¿Qué
podía hacer? No me quedó más remedio que volver a usar el martillo. Un solo
golpe y cayó redonda.
Esa noche
fue muy larga. Hice un pozo bien profundo atrás del galpón, para que no se vea,
y enterré los tres cuerpos. Un buen trabajo: la excavación ni se nota. Igual,
ya pasó casi una semana y la policía no apareció. Ya no creo que vengan. No sé para
qué le cuento todo esto, si seguramente usted ya lo sabe. Por algo es vidente,
¿no?
Usted
seguro que me entiende. Claro que me entiende. Yo no quería matar a tanta
gente, pero no podía dejar testigos.
Es decir,
todavía me queda uno. El
último testigo. Por eso estoy aquí.
Creamé: yo
no soy un asesino... pero no tengo más remedio.
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